Visitas

domingo, 25 de marzo de 2012

14 de febrero de 2012 ♥


Amor. La palabra de San Valentín. La palabra de este día que acaba de empezar. Amor. Tu segundo nombre. Estoy sentada a la mesa de la cocina. A buen seguro, tú estarás durmiendo. Es de noche. Mañana te dejaré esta carta bajo la puerta. Te imagino mientras sales de casa todavía medio dormido y la ves. Tus preciosos ojos se iluminan. Te agachas, la coges y la abres. Y empiezas a leerla. Y, espero, a sonreír. Una carta, una pequeña carta que trata de contener una gran historia, la nuestra. Mi agradecimiento por el modo en que haces que me sienta. No creo que dos folios sean suficientes, pero aun así lo intentaré. Porque no puedo evitarlo.
Dicen que no se puede hablar de amor, sino sólo vivirlo. Es cierto. Yo también lo creo así. Si conozco el amor es únicamente porque tú me lo has hecho vivir y respirar. Lo he aprendido contigo. Aunque después he entendido que, en realidad, no se aprende nada.

Se vive y basta, juntos, cercanos y cómplices. El amor eres tú. El amor soy yo cuando estoy contigo. Feliz. Serena. Mejor. Todavía recuerdo la primera vez que te vi. Guapísimo. En medio de la pista de esa discoteca de Trastevere. Bailabas, te movías suavemente junto a tu amigo. Seguías el ritmo con los ojos cerrados. Te vi y de golpe no pude dejar de mirarte. Mis amigos querían cambiar de local, pero yo quise quedarme. Me precipité a la barra del bar, pedí dos bebidas, me deslicé entre la gente con los vasos en alto para que nadie pudiese darles un golpe, y me acerqué a ti de espaldas mientras bailabas. Tu amiga se dio cuenta, te hizo un gesto con la barbilla y tú te volviste. De cerca eras aún más guapo. Te sonreí y te ofrecí uno de los vasos. Al principio pusiste cara seria, hiciste una especie de mueca, pero luego me sonreíste. Aceptaste el vaso y brindamos, dos desconocidos en una pista de baile. Después hablamos. No solo eras guapo, también simpático. A medida que te he ido conociendo he ido descubriendo tus mil cualidades. Soy una mujer afortunada. Mucho. Y cuando pienso en todo lo que hemos hecho juntos sonrío de felicidad. Nuestras minivacaciones en Londres, cuando cogimos el avión el viernes y regresamos el domingo. Los locos paseos por el Soho, la cena, hacer el amor en ese parque a riesgo de ser descubiertos. Y reír. E intentar hablar bien el inglés. Y meter la pata. Y luego, la vez que fuimos a Stromboli, en que caminamos cogidos de la mano por esos callejones estrechos y flanqueados por unas casas blancas y bajas, preciosas, llenas de plantas y de flores. Y la subida al volcán. Y las cenas de pescado en las terrazas de los pequeños restaurantes. Y la risa que me entró cuando te subiste a ese burro que se hacía el sueco cada vez que querías que doblase a la izquierda, y tú con esa cara tan cómica, un poco desesperada, propia del que se rinde. Y de nuevo nuestras veladas romanas, nuestros paseos hasta altas horas de la noche en los que jamás nos aburríamos, siempre teníamos mil cosas que decirnos y que contarnos. Después nos besábamos de repente y sentía la suavidad de tus labios apenas cubiertos de ese brillo sabor a frutas que tanto te gusta. Cualquier noche, incluso la más sencilla, resulta especial contigo. No hace falta nada. Poco importa dónde estemos, a mí me parece siempre una fiesta. E incluso cuando reñimos, en contadas ocasiones, a decir verdad, en el fondo me diviertes. Porque dura poco y después hacemos siempre las paces.

Tengo mil recuerdos espléndidos de ti. A medida que pasa el tiempo me enamoro más y más de ti. Más de lo que creía posible. Te quiero cuando sonríes. Te quiero cuando te conmueves. Te quiero mientras comes. Te quiero el sábado por la noche cuando vamos al pub. Te quiero el lunes por la mañana, mientras sigues somnoliento. Te quiero cuando cantas a voz en grito en los conciertos. Te quiero cuando nos despertamos juntos por la mañana y no encuentras las zapatillas para ir al baño. Te quiero bajo la ducha. Te quiero en la playa. Te quiero por la noche. Te quiero al atardecer. Te quiero a mediodía. Te quiero ahora mientras lees mi carta, mi felicitación de San Valentín, y quizá te preguntas si no estaré un poco loca. Y no te equivocas. Y ahora arréglate. Sal. Vive tu día. Disfruta para verte resplandecer con toda tu belleza. Felicidades, amor mío... Pasaré a recogerte dentro de una hora. ¡Las sorpresas no se acaban aquí!

martes, 20 de marzo de 2012

Vamos a disfrutar cada momento


+Te amo.
-Y yo.
+Yo mucho más, aunque digas que no.
-No, porque los dos amamos igual.
+No estoy de acuerdo, ¿quieres saber por qué?
-A ver, ¿por qué?
+Pues porque eres tú el que me despierta cada mañana con un "Buenos días mi amor", eres tú el que me da todo en cada beso. Pero soy yo la que no puede vivir un segundo sin ti, ni tus abrazos, ni tu compañía. Porque amor, no puedo estar sin ti, haces que cada momento que paso contigo sea inolvidable, y porque haces que no quiera soltarte nunca.
-Tú haces eso y mucho más.
+Me encantas, no he conocido a nadie que me haga sentir así, no he conseguido nunca conocer a nadie a quien llegase a amar, hasta que llegaste tú.